Los molinos constituyeron un elemento preindustrial básico en la sociedad rural desde la edad media hasta mediados del S.XX. En la zona cantábrica su época dorada se consolidará durante el S.XVIII, gracias a la introducción de nuevos productos procedente del Nuevo Mundo. El cultivo del trigo, al contrario que en el resto de la península, era infructuoso, por lo que la construcción de los molinos se vinculará a la obtención de la harina de maíz.


Por lo general, el molino era un edificio que se ubicaba en las cercanías del pueblo, junto a una corriente fluvial que le servía como energía potencial de agua, convirtiéndola en cinética. Estos molinos harineros se construían en el mismo cauce de un río, de modo que la fuerza de la corriente movía directamente una rueda hidráulica vertical de paletas, que a través de un sistema de engranajes y de embragues, transmitían el movimiento de giro del eje horizontal de la rueda al eje vertical de una piedra de moler.


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